domingo, 15 de noviembre de 2015

El mapa de Vinland

En 1965, la Universidad de Yale anunció a bombo y platillo un mapa medieval que sería la prueba irrefutable de la llegada de los vikingos a América antes que Colón (además, se eligió el Día de la Hispanidad, para tal evento). En él aparecía, al oeste de una Groenlandia bastante perfecta, una isla con el nombre de Vinlandia insula, lo que venía a corroborar aquello que cuenta la Saga de Erik el Rojo y la Saga de los Groenlandeses. Expertos del Museo Británico y del Smithsonian Institution dieron su visto bueno, siendo el mapa valorado en un millón de dólares, quedando desde entonces en la Beinecke Library de Yale University. 

Pero este no es el final de la historia...


Unos diez años más tarde, el químico Walter McCrone se encargó de hacer un estudio acorde con su especialidad, encontrando que la tinta contenía dióxido de titanio, elemento que estuvo disponible en el 1920. Nuevos estudios fueron encargados a otro tipo de expertos, sin que nunca Yale diera una conclusión definitiva sobre su preciado mapa.

Y así llegamos al presente siglo. Un nuevo análisis revela que el pergamino sí es de época medieval. Pero lo de la tinta sigue siendo un problema, ya que la que se usaba en aquellos tiempos acababa parcialmente convertida en trióxido de hierro, que forma una especie de mancha amarilla; en algunos manuscritos muy deteriorados, esa mancha es lo único que ha quedado del escrito original.

Así que, con los elementos disponibles, podríamos reconstruir así los hechos relacionados con este mapa: un falsificador consiguió un pergamino medieval en blanco sobre el que dibujo el mapa y simulando una grafía de la época con una tinta contemporánea a la que añadió colorante amarillo, para simular el efecto del tiempo.

Pero en la historia de este mapa, nada es definitivo. Nuevas pruebas de nuevos expertos dan nuevas conclusiones: aunque no es lo habitual, algunos manuscritos medievales que nadie da por falsos sí contienen restos de titanio.

Por otro lado, también hay que tener en cuenta la posibilidad de que ese mapa sea una copia de otro más antiguo, al igual que ocurría habitualmente con los libros, mapas y en general con manuscritos medievales.